Un hogar en el que, a las niñas y niños, se les dedique tiempo de juego, de risas, de buen trato, de estructura y límites, donde puedan ser simplemente niños.
Las niñas, niños y adolescentes que viven en recursos residenciales tienen cubiertas sus necesidades fundamentales, tales como alimentación, cuidados básicos, educación y protección.
Pero para sentirse miembro de una familia se necesita algo más que compartir una vivienda. Es un proceso que requiere tiempo, dedicación y presencia. Para que el vínculo crezca, las familias acogedoras deben establecer un entorno seguro y predecible, con rutinas claras y normas coherentes que transmitan estabilidad. Muchas de estas niñas y niños han carecido en su infancia de reglas estables y de un ambiente estructurado, por lo que la familia de acogida se convierte en un espacio reparador donde aprender que los límites no son castigos, sino un modo de sentirse cuidados, protegidos y valiosos para alguien más.
Al mismo tiempo, vivir en familia ofrece la oportunidad de generar en las niñas y niños acogidos un sentimiento de identidad y pertenencia. El vínculo afectivo se ve fortalecido cuando la familia se muestra cercana, disponible y empática. Escuchar con atención, validar las emociones y ofrecer comprensión les hace sentirse queribles. Incluso cuando sus reacciones parezcan difíciles de entender, reconocer lo que sienten es clave para que sepan que sus experiencias son importantes.
El día a día está lleno de oportunidades para construir esa conexión. Compartir juegos, leer juntos, cocinar, practicar deporte, hacer manualidades o simplemente conversar o hacer las tareas del día a día son experiencias que, aunque parezcan pequeñas, transmiten cercanía y refuerzan la relación. Más allá de las actividades en sí, lo que verdaderamente importa es el tiempo de calidad, que sientan que hay un interés genuino en ellas y ellos.
En cualquier caso, no hay que olvidar que las familias de acogida son modelos de referencia. Los niños y niñas observan y aprenden más de lo que ven que de lo que se les dice. Si los adultos gestionan los conflictos con calma y respeto, es más probable que ellos también aprendan a hacerlo. La coherencia entre lo que se pide y lo que se muestra es esencial para construir relaciones basadas en la confianza.
En definitiva, el acogimiento familiar cubre necesidades fundamentales, pero también ofrece a las niñas, niños y adolescentes un lugar donde sentirse seguras, comprendidas y queridas. Un hogar que les protege y al que pertenecer.
El programa de acogimiento En familia busca hogares que permitan a niñas y niños sentirse queridas, vistas y escuchadas.
Más información sobre la campaña en la web “Esto es un hogar”.